martes, 13 de noviembre de 2012

La cueva del toro


Morelia tiene alrededores tan hermosos como pocas ciudades del país. Limitada al norte y al sur por dos ríos que llevan agua todo el año, tienen sus praderas siempre verdes; la alfalfa, el trébol, la lechuga y los rosales perennemente las esmaltan con su verdor y sus colores; los fresnos, los sauces y los eucaliptos la ciñen y le dan sombra y frescura. Más allá, por todos lados montañas azules que en tiempo de aguas se revisten de esa menuda hierba que parece terciopelo verde y de esa infinita variedad de florecillas sin nombre que manchan de amarillo, morado, rosa y blanco su plegada superficie. Sus crepúsculos son siempre espléndidos. Al tramontar el Sol la crestería del ocaso, inflama las nubes con luces de una maravillosa coloración y transparencia. El oro viejo, el gualda, el carmín, la violeta, el ópalo, la turquesa, la esmeralda, el rubí, el topacio, el zafiro y la amatista presentan al Sol sus colores para embadurnar la gigante paleta del cielo, en esas tardes de octubre que son las más hermosas del año para pintar sus crepúsculos.
Al oriente, la antigua calzada de México bordeada a lo largo por ambos lados de animosos y copados fresnos que se cruzan formando una espesa bóveda de follaje por donde atraviesa el Sol trabajosamente, termina en la loma que llaman del Zapote.
Desde su parte más alta se contempla un panorama grandioso. En primer término una arboleda de fresnos, inmensa, fastuosa, en cuya cima destacan las casas, las torres y las cúpulas revestidas de brillantes azulejos. Más allá el elevado pico de Quinceo coronado de obscuros pinares, el azul pico del Zirate y las no menos azules ondulaciones de las montañas de San Andrés, desde donde el moribundo Sol lanza sus ardientes melancólicas miradas de despedida a Morelia que las recibe amorosa reclinada en su lecho de perfumadas flores. Al sur, desde la cañada del rincón, se lanza como flecha gigantesca hacia la ciudad un acueducto romano de arcos de piedra ennegrecida por los años, que la surtió en otro tiempo de gruesa y sabrosa agua.
Por este rumbo, acostumbraba yo pasear cuando era estudiante, así por hacer ejercicio como por respirar el puro y perfumado aire que sopla en aquellos contornos. En uno de tantos paseos tropecé con un socavón misterioso cuya entrada en una de las ondulaciones de la loma, estaba cubierta con esas colosales matas de malva que crecen con opulencia. Entreabrí el follaje y no sin un poquito de temor, baje por unos malhechos peldaños que dan acceso al fondo oscuro de la cueva que sigue en dirección al oriente.
Es tan alta que un hombre de estatura regular puede erguido marchar dentro de ella. Anduve como unos diez metros hacia dentro impidiéndome el paso el escombro de un derrumbamiento antiguo y según las huellas intencional, como si alguien hubiera querido obstruir el paso con premura. Sin embargo, por los intersticios del escombro, pude notar que la cueva seguía obscura y profunda hasta llegar a un punto abierto al aire libre porque soplaba un viento húmedo y frío de dentro hacia fuera. Y como en esos momentos soplaba el haz de la tierra un viento fuerte, percibía yo debajo en la cueva, uno como ronco mugido semejante al son que produce la más grave de las contras de un órgano, al vibrar el aire en su ancha boca de madera.
Salí de la cueva; ya un pastor apacentaba por ahí unas vacas que ramoneaban la húmeda hierba; presumiendo que sabría algo fantástico de ella me aventure a trabar conversación con él pidiéndole la lumbre para encender un cigarrillo.
- "¿Has entrado alguna vez en esa cueva? -Le pregunté después de arrojar la primera bocanada de humo. A esta pregunta inesperada abrió asombrado los ojos y contesto:
-!Ah, señor! Como había yo de penetrar en esa cueva donde hay un toro encantado que apenas nota que entra uno y enseguida brama y acomete.
Siguiendo yo mi inclinación por las tradiciones y las leyendas populares que me encantan, me decidí a rogarle que me contase lo que sabía de la cueva.
-Con mucho gusto -me dijo-, y sentándonos a la sombra de un árbol sobre el césped, empezó de la siguiente manera, pico más pico menos.
Ha mucho tiempo, no sé cuánto, allá cuando los españoles dominaban en México, que en esta loma estaba la casa de la hacienda que llamaban Del Zapote por un añoso árbol de esa especie que se encontraba allí corpulento y frondoso. Las ruinas casi imperceptibles que a lo lejos se ven son los únicos restos de la casa. La acción de los años y el abandono, cubriendo de maleza y jaramagos los muros ennegrecidos y musgosos, dieron con ellos en tierra, sin quedar para memoria otra cosa que esos montones de sillares donde crecen robustas las nopaleras, las malvas y la yedra.
Sus moradores son las culebras y las lagartijas que a las horas de bochorno salen a calentar su frío cuerpo y al menor ruido se esconden presurosas.
Entre esos escombros está la otra boca de la cueva que de fijo se abría en algún cuarto secreto de la casa, que servía para comunicarse los de adentro con los de afuera sin ser notados. Unos dicen que es tan antiguo ese socavón como lo era la casa de la hacienda; otros que fue hecho posteriormente por los monederos falsos que hacían pesos carones de cobre. Y esto último que se tiene relación con el nombre que lleva a la cueva. Yo tengo muchos años muchos muchos, no sé cuántos; pero vi el primer cólera y también el segundo. Vivía en el pueblo de la Concepción, ese pueblo cuya capilla está en ruinas y ahí en el cementerio sepulté a mi padre tan viejo como yo. Sabía muchas cosas del rey y de los monederos falsos. Y a él fue a quien lo oí referir lo que a mi vez refiero al presente. Por la boca de la cueva que está ahí entraban y salían los monederos, sin que nadie los notara y fuera a denunciarlos, según contaba mi padre que lo había oído decir en las noches de velada al calor de la lumbre, cuando mi abuelo contaba cosas medrosas. En las ruinas, en cuanto cerraba la noche, se veían luces errantes andar de cuarto en cuarto, por entre las grietas de los muros y las hendiduras de las ventanas; se escuchaban frecuentes golpes de martillo, como si los dieran en el centro de la tierra y mucho ruido de cadenas, que ponía espanto aun en el corazón más animoso y valiente. Si los muchachos se aventuraban a ver por el agujero de la llave del herrado portón el interior de aquella casa en ruinas, veían procesiones de esqueletos cuyas calaveras hacían terribles muecas, llevando en las manos huesosas cirios negros encendidos, y que en llegando al ancho patio, luchaban unos con otros apagándose las velas en las obscuras cuencas de los ojos, ya dando apagados alaridos ya soltando carcajadas al abrir aquella mandíbula de abajo que semejaba carraca demolida. La entrada de la obscura cueva estaba custodiada por un bravísimo toro que bramaba y acometía feroz cuando alguien se atrevía a separar las matas que obstruían el paso, toro que le dio el nombre a la cueva como llevamos dicho, y que aún hoy día, aunque no se ve el toro, sí se oye el bramido.
Supo el gobierno del rey que en aquellas apartadas ruinas se fabricaba moneda falsa, y en seguida se presentaron los alguaciles y la gente de armas sorprendiendo a los monederos que no tuvieron manera de huir. Se defendieron desesperadamente y cayendo uno aquí y otro allá, todos fueron muriendo atravesados por las balas de los arcabuces, quedando sus cadáveres a merced de los buitres que por muchos días comieron carne de monederos falsos.
Después acá, cuando las sombras de la noche cubren el campo y las estrellas brillan en el obscuro cielo; cuando el silencio ha cubierto los campos con sus alas y se han dormido los pájaros y los ganados, se oyen de vez en cuando ayes lastimeros, tranquidos de palos que chocan, mugidos lejanos que producen en el ánimo pavor y miedo. Hoy por hoy que ya han desaparecido las ruinas no hay ya nada extraño y sólo queda para recuerdo la cueva y su nombre.



8 comentarios:

  1. que interesante!! nunca habia leido esa leyenda

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  2. Orale!! Un poco extensa la lectura pero vale la pena :D
    Muy bien!!

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  3. Wow!! que interesante. Morelia esta llena de sorpresas. Que buen blog!!

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  4. si encuentras la e dale lake 999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999e999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999999.

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  5. Muy buena la creo por las piedras que emos econtrado

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